LA LIBERTAD, LA EXISTENCIA Y LA MUERTE
LECTURA UNO
SARTRE, El ser y la nada (1943), trad. de Juan Valmar; Buenos Aires, © Editorial Losada, 1998, 10.a edición, pp. 676-677 (cuarta parte, cap. III).
¿LA
RESPONSABILIDAD LIMITA LA LIBERTAD?
¿No soy yo quien decide sobre el coeficiente
de adversidad de las cosas, y hasta sobre su imprevisibilidad, al decidir de mí
mismo? Así, en una vida no hay accidentes-, un acaecimiento
social que de pronto irrumpe y me arrastra, no proviene de afuera; si soy
movilizado en una guerra, esta guerra es mía, está hecha a mi imagen y la merezco.
La merezco, en primer lugar, porque siempre podía
haberme sustraído a ella, por la deserción o el suicidio; estos posibles
últimos son los que siempre hemos de tener presentes cuando se trata de encarar
una situación, Al no haberme sustraído, la he elegido-, pudo ser por flaqueza,
por cobardía ante la opinión pública, porque prefiero ciertos valores a la
negación de hacer la guerra (la estima de mis allegados, el honor de mi
familia, etc.). De todos modos, se trata de una elección; elección reiterada
luego, de manera continua, hasta el fin de la guerra; hemos de suscribir, pues,
la frase de J. Romains; «En la guerra no hay víctimas inocentes». ( I J. Romains. Les hommes de bone volante: «Prélude á Verdum»).
Así, pues, si he preferido la guerra a la muerte o
al deshonor, todo ocurre como si llevara enteramente sobre mis hombros la
responsabilidad de esa guerra. Sin duda, otros la han declarado, y podría
incurrirse en tentación de considerarme como mero cómplice. Pero esta noción de
complicidad no tiene sino un sentido jurídico;
en nuestro caso, es insostenible, pues ha dependido de mí que para mí y por mí esa guerra no existiera, y
yo he decidido que exista.
No ha habido coerción
alguna, pues la coerción no puede ejercer dominio alguno sobre una libertad; no
tengo ninguna excusa, pues, como lo hemos dicho y repetido en este libro, lo
propio de la realidad-humana es ser sin excusa. No me queda, pues, sino
reivindicar esa guerra como mía.
Pero, además, es mía porque, por el solo hecho de surgir en una
situación que yo hago ser y de no poder describirla sino comprometiéndome en
pro o en contra de ella, no puedo distinguir ahora la elección que hago de mí y
la elección que hago de la guerra: vivir esta guerra es escogerme por ella y
escogerla por mi elección de mí mismo. No cabria encararla como «cuatro años de
vacaciones» o de "aplazamiento" o como una «sesión suspendida»,
estimando que lo esencial de mis responsabilidades está en otra parte, en mi
vida conyugal, familiar o profesional: en esta guerra que he escogido, me
elijo día por día y la hago mía haciéndome a mí mismo. Si han de ser cuatro
años vados, más es la responsabilidad.
1. Teniendo en cuenta el
texto anterior podemos afirmar que el hombre es
A. un esclavo de la guerra, condenado y obligado.
B. un ser condenado a ser libre, es el único
responsable de sí mismo.
C. alguien que puede hacer lo que quiera.
D. un ser condenado y cohesionado a ser esclavo de
las circunstancias.
2. La corriente antropológica en la que se inscribe
Jean Paul Sartre, según el texto, es
A. trascendentalismo.
B. realismo.
C. materialismo.
D. existencialismo.
3. (…) “porque prefiero ciertos valores a la
negación de hacer la guerra (la estima de mis allegados, el honor de mi
familia, etc.)”. La información está entre paréntesis cumple la función de
A. aclarar la información que se está presentando,
mediante diversos ejemplos.
B. enumerar todos los hechos para que la
información sea clara y completa.
C. encerrar datos aclaratorios, para explicar la
información anterior.
D. complementar una idea, ofreciendo información
adicional al texto.
4. El ejemplo de la guerra (en el texto), expresa
el carácter absoluto de
A. la libertad en la existencia humana.
B. la condena del hombre a vivir su circunstancia.
C. la imposibilidad de tomar alguna decisión.
D. el valor de la valentía sobre la cobardía.
5. En cada elección, el sujeto se escoge o se elije
así mismo, por eso
A. debo elegir el sustraerme de la guerra, ya que
la culpa recae sobre mí.
B. no hay excusas, yo soy el único culpable de las
cosas que me ocurren.
C. en cualquier elección, el ser humano debe
someterse a las leyes naturales.
D. nadie es libre en su totalidad, estamos
condicionados.
6. El título “¿la responsabilidad limita a la
libertad?”, se da en forma de pregunta con la intención de
A. afirmar que el hecho de ser responsable, no me
deja hacer todo lo que yo quiero.
B. cuestionar sobre el hecho de que no hay
libertad, si hay una acción responsable que someta al hombre.
C. afirmar que el hombre es libre cuando es
responsable y viceversa.
D. interrogar sobre el hecho de cumplir con mis
obligaciones me condiciona o afirma mi libertad.
LECTURA
DOS
ALBER CAMUS, El mito de Sisifo. Trad., Luis Echávarri. Madrid. ©Alianza, 1983. pág.
26-28.
¿HAY QUE DARLE
SENTIDO A LA EXISTENCIA?
Quizá podamos alcanzar el inaprensible sentimiento de lo absurdo en los
mundos diferentes pero fraternos de la inteligen¬cia, del arte de vivir, o del
arte simplemente. El clima del absurdo está al comienzo. El final es el
universo absurdo y la actitud espiri¬tual que ilumina al mundo con una luz que
le es propia, con el fin de hacer resplandecer ese rostro privilegiado e
implacable que ella sabe reconocerle.
Todas las grandes acciones y todos los grandes pensamientos tie¬nen un
comienzo irrisorio. Las grandes obras nacen con frecuen¬cia a la vuelta de una
esquina o en la puerta giratoria de un res¬taurante. Lo mismo sucede con la
absurdidad. El mundo absurdo más que cualquier otro extrae su nobleza de ese
nacimiento mise¬rable. En ciertas situaciones responder «nada» a una pregunta
sobre la naturaleza de sus pensamientos puede ser una finta en un hombre. Los
amantes lo saben muy bien. Pero si esa respuesta es sincera, si traduce ese
singular estado de alma en el cual el vacío se hace elocuente, en el que la
cadena de los gestos coti¬diano se rompe, en el cual el corazón busca en vano
el eslabón que la reanuda, entonces es el primer signo de la absurdidad. Suele
suceder que los decorados se derrumben. Levantarse, coger el tranvía, cuatro
horas de oficina o de fábrica, la comida, el tranvía, cuatro horas de trabajo,
la cena, el sueño y lunes, martes, miércoles, jueves, viernes y sábado con el
mismo ritmo es una ruta que se sigue fácilmente la mayor parte del tiempo. Pero
un día surge el «por qué» y todo comienza con esa lasitud teñida de asombro.
«Comienza»: eso es importante. La lasitud está al final de los actos de una
vida maquinal, pero inicia al mismo tiempo el movimiento de la conciencia. La
despierta y provoca la continua¬ción. La continuación es la vuelta inconsciente
a la cadena o e despertar definitivo. Al final del despertar viene, con el
tiempo, la consecuencia: suicidio o restablecimiento. (...) Asimismo, y durante
todos los días de una vida sin brillo, e tiempo nos lleva. Pero siempre llega
un momento en que ha, que llevarlo. Vivimos del porvenir: «mañana», “más tarde”
“cuando tengas una posición”, «con los años comprenderás»- Estas
inconsecuencias son admirables, pues, al fin y al cabo, trata de morir. Llega,
no obstante, un día en que el hombre se prueba o dice que tiene treinta años.
Así afirma su juventud. Pero al mismo
tiempo se sitúa con relación al tiempo. Ocupan en él su lugar. Reconoce que se
halla en cierto momento de una curva que confiesa tener que recorrer. Pertenece
al tiempo, y a través del horror que se apodera de él reconoce en aquél a su
peor enemigo. El mañana, anhelaba el mañana, cuando todo él debía rechazarlo.
Esta rebelión de la carne es lo absurdo.
7. ¿Se puede escapar a la pregunta por el sentido de la existencia?
8. ¿Qué sacamos de una meditación sobre el absurdo?
LECTURA TRES
SHAKESPEARE, Hamlet Trad., M. A. Conejera y J.Talens. Madrid, © Cátedra. 2003 Acto
III, escena I.
¿LA MUERTE PUEDE
TENER SENTIDO?
Ser o no ser...He ahí el dilema. ¿Qué es mejor para el alma, sufrir
insultos de fortuna, golpes, dardos, o levantarse en armas contra el océano del
mal; y oponerse a él y que así cesen? Morir, dormir... Nada más; y decir así
que con un sueño damos fin a las llagas del corazón y a todos los males,
herencia de la carne, y decir: ven, consumación, yo te deseo. Morir, dormir,
dormir... ¡Soñar acaso! ¡Qué difícil! Pues en el sueño de la muerte ¿qué sueños
sobrevendrán cuando despojados de ataduras mortales encontremos la paz? He ahí
la razón por la que tan longeva llega a ser la desgracia. ¿Pues quién podrá
soportar los azotes y las burlas del mundo, la injusticia del tirano, la
afrenta del soberbio, la angustia del amor despreciado, la espera del juicio,
la arrogancia del poderoso, y la humillación que la virtud recibe de quien es
indigno, cuando uno mismo tiene a su alcance el descanso en el filo desnudo del
puñal? ¿Quién puede soportar tanto? ¿Gemir tanto? ¿Llevar de la vida una carga
tan pesada? Nadie, sí no fuera por ese algo tras la muerte —ese país por descubrir,
de cuyos confines ningún viajero retorna— que confunde la voluntad haciéndonos
pacientes ante el infortunio antes que volar hacia un mal desconocido. La
conciencia, así. Hace a todos cobardes y, así, el natural color de la
resolución se desvanece en tenues sombras del pensamiento; y así empresas de
importancia, y de gran valía, llegan a torcer su rumbo al considerarse para
nunca volver a merecer el nombre de la acción...
9. ¿Qué sentido le podemos dar a nuestra muerte?
10. ¿Cuál es la pregunta que hay que hacerse durante la vida?